080 - Una lección machacona (10:11)


080. Una lección machacona. La Oración en San Pablo

Cuando por aquellos días vistió Pablo a los de Colosas, se armó entre ellos una amigable discusión. Los discípulos medio bromeaban con el Maestro:

-Pablo, cuando escribes cartas eres a veces demasiado insistente en algunas de tus recomendaciones. Como si no practicáramos lo que hemos hecho desde siempre…

-¿A qué se refieren?..., contestó Pablo con extrañeza a los amigos de Colosas, los cuales le replicaron:

-Concretamente a la oración. Mira lo que nos escribiste a nosotros y a los de Éfeso, porque en las dos cartas dices lo mismo: "Sean perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias… A permanecer siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión".

Esto nos decías. ¿Es verdad, o no? (Col 4,2; Ef 6,18)

Respondía fríamente Pablo:

-Sí; ¿y qué?...

Los otros insistían:

-¿Aún quieres más? Sabes que tus cartas corren muy pronto por todas las Iglesias, y a los de Tesalónica primero, después a los de Roma, les dijiste lo mismo que a nosotros y lo sabíamos todos más que de memoria: "Recen constantemente". "Dedíquense a orar con asiduidad"...

Pablo, no nos digas que no eres un poco machacón… (1Ts 5,17; Ro 12,12)

Pablo se rinde, aunque sigue en la suya:

-Tienen toda la razón. Como dicen ustedes, soy y seré machacón en lo que debo serlo.

Y en esto de la oración, miren lo que escribió nuestro querido Lucas hace poco en el Evangelio que ya tiene concluido. El Señor Jesús fue más fuerte que yo cuando mandó: "Es necesario orar siempre sin desfallecer nunca" (Lc 18,1)

¿Qué me toca hacer a mí?...

Así pudieron hablar Pablo y los amigos en aquella breve visita que el Apóstol hizo a las Iglesias del Asia Menor antes de ir definitivamente a Roma para su martirio.

Para Pablo, la oración es la respiración del cristiano y de la Iglesia.

Si queremos cristianos sanotes y una Iglesia vigorosa, no hay más remedio que orar, rezar siempre, levantar las manos hacia lo alto, desplegar los labios en plegarias continuas y tener fijo el corazón en Dios.

¿Tenía Pablo autoridad para hablar de manera tan repetida sobre la oración?

¡Claro que sí! Era un experimentado de primer orden.

Muchacho judío, y fariseo riguroso, rezaba continuamente, pues los fariseos tenían establecidas oraciones para todo.

No había acción del día que no contase con una oración para empezar y otra para concluir.

Cuando vino la conversión de Pablo ante las puertas de Damsco, Dios mandó a Ananías:

-Vete a la calle principal, y en la posada de Judas preguntas por Saulo.

-¿Por Saulo? ¿Por ese que ha hecho tanto mal a tu Iglesia?...

-Anda, y no temas. Saulo está orando.

Como diciéndole Dios:

-No temas nada de un hombre y para un hombre que ora. El que reza no es capaz de ningún mal.

Pasan algunos años. Pablo se da de tal modo a la oración, que llega a unas alturas místicas inimaginables. Pues nos dice él mismo:

-Yo no sé si corporalmente o fuera de mi cuerpo, pues solo Dios que lo hizo lo sabe, fui arrebatado hasta lo más alto del paraíso, y sentí cosas tan sublimes que al hombre le resulta imposible expresarlas (2Co 12,2-5)

Pablo, experto en oración, sabe muy bien cuando insiste tanto para que el cristiano se consagre a la tarea número UNO, la primera que debe figurar en su agenda. De ahí sus expresiones: orar "asiduamente", "orar sin cesar", "orar en todo lugar".

Si examinamos más detenidamente lo que Pablo nos encarga, vemos que para él la oración tiene unas características muy marcadas.

Ante todo, la oración, más que del hombre o de la mujer, es una acción de Dios dentro de todos los cristianos.

El Espíritu Santo está en actividad constante impulsando a cada uno a la oración.

Le hace sentirse hijo o hija de Dios, y por lo mismo le empuja a clamar de continuo con palabras amorosas: "¡Padre! ¡Papá!"… (Ro 8,15)

Pablo no ve al Espíritu Santo metido solamente en el corazón del cristiano para hacerle rezar a nivel individual.

Contempla al Espíritu metido siempre en las asambleas de la Iglesia suscitando, moviendo e impulsando la oración de todos los fieles:

"Reciten entre ustedes salmos, himnos y cánticos inspirados; canten y entonen salmos en su corazón al Señor, dando gracias y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5,19-20)

La oración comunitaria, las plegarias de las Eucaristías, los cantos en la celebración, las aclamaciones de los carismáticos, el movimiento acompasado catecumenal, los entusiasmos de los grupos juveniles…, no son sino una manifestación jubilosa de la presencia del Espíritu Santo en el seno de la Iglesia.

San Pablo reconoce en ello la acción del Espíritu divino, que embriaga a los fieles, a los que aconseja bellamente:

-No se emborrachan ustedes con vino que lleva a la lujuria, sino que se llenan de Espíritu Santo, el cual les hace hablar y gritar felices en honor del Señor (Ef 5,18-19)

¿Y por qué y por quiénes reza Pablo y quiere que se rece?

No deja a nadie ni nada fuera del alcance de la oración.

-¡No ceso de rezar por ustedes!... ¡Me acuerdo de ustedes y los tengo presentes de continuo en mis oraciones!... (Col 1,9; Ro 1,9-10)

-¡Y algo que quiero hagan siempre, sin omitirlo nunca! Eleven plegarias, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los que están constituidos en autoridad, a fin de que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y dignidad. Esto es muy agradable a Dios" (1Tm 2,1-2)

¿Por qué Pablo, igual que Jesús, los dos, hacen de la oración la actividad principal del cristiano? Alguna razón tienen que tener… Y la tienen muy clara.

Con la oración se mantiene luminosa la antorcha de la fe. Quien ora es porque cree.

Con la oración no muere la esperanza. Quien ora es porque espera.

Con la oración, el corazón está encendido siempre. Quien ora es porque ama.

Y si la oración es la que mantiene y desarrolla la vida divina;

si la oración es la que avanza la gloria, en la que no cesaremos un instante de hablar con Dios;

si la oración es la acción del Espíritu Santo en las almas…, ¿se puede hacer algo más grande que orar?...