037 - Carta Segunda a los Corintios (10:29)


037. Carta segunda a los Corintios. Seguían las inquietudes

La carta primera de Pablo a los de Corinto nos causó muy buena impresión, ¿no es verdad?... Muchos avisos, muchas reprimendas, pero también páginas brillantes de doctrina muy subida y de hechos consoladores.

Sin embargo, las cosas no siguieron del todo bien en aquella Iglesia tan prometedora.

Pablo mandó desde Éfeso a Timoteo, y las informaciones con que volvió no fueron nada halagüeñas.

-¿Qué ocurre allí, Timoteo?, pregunta Pablo inquieto.

-Siguen los grupitos disidentes, empeñados en desautorizarte. El edificio de la comunidad se resquebraja por varias partes.

Pablo no pudo más, y se decidió a hacer una rápida visita, que empeoró las cosas en vez de arreglarlas.

Uno de la comunidad, orgulloso y descarado, se enfrentó a Pablo, le humilló; de modo que el Apóstol hubo de marcharse con el corazón destrozado. Y escribió otra carta, que por desgracia se perdió y no la tenemos.

Cuando Pablo salió de Éfeso y se halló en Macedonia, allí encontró a Tito que le trajo noticias tranquilizadoras.

-Cuéntame, Tito. ¿Cómo siguen las cosas en Corinto?

-Muy bien, Pablo. No te preocupes. Cuando recibieron tu carta, todos lloraban. El que te injurió de aquella manera está arrepentido. La reacción ha sido muy buena.

Pablo respiró profundo. Y hacia finales del año 57 vino esta carta que llamamos segunda, a veces patética, a veces enternecedora, en la que Pablo no tuvo más remedio que abrir su alma de par en par y contar cosas que nunca hubiera dicho.

Ante las noticias que le trajo Tito, Pablo se conmueve, da gracias a Dios, alaba a los corintios por su arrepentimiento, pide que perdonen con generosidad al que le había ofendido tan injusta y tan groseramente en aquella breve visita que le partió el alma.

Sin desarrollar ningún punto de doctrina, Pablo va diciendo cosas y cosas, verdaderas joyas para nuestra vida cristiana, pero sin orden alguno, tal como le van viniendo a su mente, que es un hervidero.

Empieza con el pensamiento en Dios.

"¡Bendito sea Dios, y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones!" (1,3-4)

¡Hay que ver cómo retratan estas palabras a Dios nuestro Padre, y la confianza que inspiran en cualquier pena que se viene encima!...

Podemos confiar en Dios. ¿Por qué?... Porque Dios es el Fiel, el que cumple sus promesas, y al que nosotros correspondemos con igual moneda. Pablo nos lo dice muy a la judía:

"¡Por la fidelidad de Dios!... Todas las promesas hechas por Dios han sido un Amén...

Cristo Jesús no fue sino un Amén… Y nosotros somos un Amén también" (1,18-20).

¿Adivinamos el pensamiento de estas palabras?

El "Amén" para un judío era un "Sí" rotundo, firmísimo.

Entonces nos dice Pablo: ¿Dios prometió algo? Lo cumplirá con toda seguridad.

Y con toda fidelidad cumplió en Cristo todas sus promesas de salvación.

Cristo a su vez cumplió sin el menor fallo todo lo que supo era voluntad del Padre.

¿Qué le toca al cristiano, si quiere ser como Dios y como su Cristo?

Ser también un "Amén" en toda la vida.

Los compromisos del bautismo, cumplidos a rajatabla.

Porque lo que se promete a Dios, no se retracta jamás.

Mira Pablo lo que son los auténticos evangelizadores de Cristo, en contraposición de los que negocian con la palabra de Dios, y pone esta bella comparación:

"Nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo".

Pablo alude tácitamente, sin mencionarla, a una práctica militar.

Cuando un general había ganado la batalla decisiva, y se le concedía el triunfo, llevaba consigo al rey y jefes vencidos, mientras los turiferarios iban con los incensarios envolviendo en una nube de humo triunfal al general vencedor.

Pablo con su predicación es uno de esos turiferarios que caminan incensando a Cristo, el Salvador, el cual con su Evangelio va triunfando en todas partes donde es anunciado.

Y saca Pablo la consecuencia:.

El cristiano, como el evangelizador, es un frasco de perfume embriagador, que contrapesa los miasmas deletéreos del mundo pecador. El Evangelio embalsama el mundo y lo llena de vida; aunque para quienes lo rechazan se convierte en pestilencia y en muerte (2,15)

¿No se distingue el cristiano en el mundo? Miremos lo que le dice Pablo:

"Ustedes son nuestra carta, escrita en sus corazones y leída por todos los hombres. Son una carta patente de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones" (3,2-3)

¡Qué preciosidad! El cristiano manifiesta a Cristo de modo inconfundible por dondequiera que vaya. Lo lleva en sus ojos, en sus labios, en todo su porte.

El Evangelio no está escrito en un libro: está escrito en la vida, la que se desarrolla desde el amanecer hasta la noche, leído y entendido por cualquiera que lo ve.

El cristiano refleja como en un espejo la gloria del Señor, y lo va transformando en su imagen cada vez más gloriosa; así es cómo actúa el Señor, que es Espíritu" (3,17-18)

Párrafo bello de verdad. Viviendo la gracia del Señor, el cristiano es un foco potente de luz, cada vez en aumento, reflejo del que es el sol del Cielo, Cristo Jesús.

Las quejas de Pablo sobre la conducta de algunos corintios no son sin ton ni son.

Todos los males que lamenta están causados por Satanás en persona, empeñado en

perder la obra de la salvación. Pablo lo reconoce:

"No queremos que sean engañados por Satanás, pues no ignoramos sus propósitos… Es el dios de este mundo, el diablo, quien cegó los ojos de los incrédulos para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo que es imagen de Dios" (2,11 y 4,4)

La tercera parte de la carta es del todo singular y merecerá reflexión aparte.

Los enemigos del ministerio de Pablo -hilos que manejaba a placer Satanás-, quedaron descartados para siempre. Eran evangelizadores falsarios.

Los corintios, por el contrario, se adhirieron a Pablo para siempre también.

Y los grandes beneficiarios hemos sido nosotros, al tener una carta en nuestras manos que se lee con gran placer.

¡Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo!..., sigue repitiendo Pablo.