020 - La primera a los de Tesalónica (10:47)


020. La primera a los de Tesalónica. Ya nadie parará la pluma

Pablo está en Corinto. Hace ya un año que dejó atrás la ciudad de Tesalónica donde había fundado una Iglesia que resultó ejemplar y querida, muy querida de Pablo.

Capital de la provincia romana de Macedonia, se llamaba Tesalónica, hoy Salónica, por la hermana de Alejandro Magno. Desde la conquista romana era ciudad libre, con magistrados propios, y próspera por el animado comercio de sus habitantes.

Este notable comercio atraía a muchos inmigrantes de todas partes, de modo que Tesalónica era una ciudad cosmopolita.

Llevaba fama de tener ciudadanos haraganes, pues vivían con facilidad a costa de los que trabajaban y negociaban.

Y junto a esa fama de poco trabajadores, era conocida también por la vida sexual fácil de sus habitantes, de modo que los vicios acampaban por doquier.

A pesar de esta fama poco favorable, Pablo quiso dejar allí sembrado el Evangelio.

Las tres Iglesias de Macedonia -Tesalónica, como antes Filipos y después Berea- fueron magníficas, aunque Pablo hubo de salir de las tres ciudades en forma aventurera, perseguido tenazmente por tantos enemigos.

Ya vimos cómo fueron los inicios de la Iglesia de Tesalónica en el año 50.

Tres sábados seguidos discutiendo con los judíos, probándoles, con la Biblia en la mano, el Evangelio que él predicaba, cuya síntesis nos han conservado los Hechos:

-Convénzanse, Cristo tenía que padecer, morir y resucitar. Ese Cristo es Jesús, a quien yo les anuncio.

Al marchar Pablo violentamente por insidias los judíos, la persecución se cebaba en los discípulos.

Y ahora en Corinto le llegaban noticias de esta tenaz persecución.

Pablo, temeroso, envía a Timoteo desde Atenas a Tesalónica para infundir ánimos a los creyentes, a la vez que le pide:

-¡Por favor, tráeme noticias, que estoy impaciente!

Las deseadas noticias con que Timoteo regresó a Corinto fueron muy buenas.

Pero siempre existían ciertos reparos, uno doctrinal sobre lo que les había enseñado Pablo acerca de la resurrección final, y otro referente a la conducta moral de algunos tesalonicenses.

Pablo quiso ir personalmente, y reconoce: "pero me lo ha impedido Satanás" (2,18), es decir, se le presentaron dificultades muy serias, atribuidas al enemigo

Entonces, suplió el viaje con dos cartas providenciales.

Decimos "providenciales" en el sentido de lo bien que a nosotros nos ha venido el que Pablo tuviera la iniciativa de escribir unas cartas -éstas y otras después-, que iban a ser luz esplendorosa para la Iglesia de todos los siglos.

Miremos cómo presenta Pablo la primera carta, con un elogio grandísimo:

"Ustedes se han convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de ustedes, ha resonado la palabra del Señor, y su fe en Dios se ha difundido por todas partes, de manera que nada nos queda por decir" (1,7-8)

Pero entre las buenas noticias que traía Timoteo, le contaba también a Pablo:

-Esos judíos de nuestro pueblo -porque también tú y yo somos judíos-, no te aguantan y ahora van diciendo que eres insoportable, un tirano, que mandas como un dictador…

A lo que responde Pablo a los suyos con estas palabras colmadas de ternura:

"Aunque pudimos imponer nuestra autoridad como apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con ustedes, como una madre cuida con cariño de sus hijos. Tanto les queríamos que estábamos dispuestos a entregarles, no sólo el Evangelio de Dios, sino nuestras propias vidas. ¡Han llegado a sernos entrañables!" (2,7-8)

Pero Timoteo le vino a Pablo con esta curiosidad:

-¿Sabes que los tesalonicenses están preocupados por la suerte de los difuntos? Se les han muerto familiares, y los discípulos se preguntan: ¿Cuál es su suerte, si no han visto al Señor?... Por lo visto, no te entendieron bien eso de la resurrección de los muertos.

Pablo ahora los tranquiliza con esas palabras esperanzadoras:

-No se preocupen. Jesucristo, que resucitó, nos resucitará con Él. Ni los vivos ni los ya difuntos tienen ventaja los unos sobre los otros, porque en el último día todos, revestidos de inmortalidad, saldremos al encuentro de Jesucristo que vendrá, "y así estaremos siempre con el Señor" (4,13-18)

Timoteo ha de ser sincero, y le cuenta también a Pablo:

-¿Quieres saber otra cosa? Es algo inquietante la vida moral que algunos llevan, porque no acaban de romper con ciertas costumbres paganas.

Pablo comprende:

-¡Es natural, aunque la cosa no tiene que seguir así! Tesalónica es muy libre en el aspecto sexual, muchos de los convertidos eran y vivían como hijos de su tierra; por eso, no es extraño que les cueste un punto tan delicado como éste.

Es entonces cuando les escribe con generosidad, a la vez que con energía:

"¡No nos llamó Dios a la impureza sino a la santidad!"….
"¡Aléjense de la fornicación! Que cada uno de ustedes sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los que no conocen a Dios".

Como se ve, Pablo habla del pecado de impureza.

Al decir "su cuerpo", parece que se refiere a la propia esposa. El cristiano, con ella tiene bastante para ser feliz. Utilizar a otra u otro, es un pecado del que se vengará el Señor.

Pero, dando la vuelta a la hoja, Pablo presenta toda la belleza de la pureza con su razón más alta: el Espíritu Santo, que llena el cuerpo y todo el ser del cristiano.

Estos dos eran los puntos centrales a los que se dirigía toda la epístola. ¿Y qué efecto consiguió? Muy bueno, como era de esperar de los queridos tesalonicenses.

Aunque eso de los difuntos agravó más la cuestión, lo cual nos mereció una segunda carta de Pablo, que pronto nos tocará ver.

La primera carta que hoy tenemos en las manos acaba con palabras muy bellas:

"Estén siempre alegres",
"Oren sin cesar, dando gracias por todo".
"No apaguen el fuego del Espíritu con sus dones".
"Esto es lo que quiere Dios de ustedes como cristianos".

Así serán todas las cartas de Pablo, y esto es lo que querrá siempre de los discípulos: integridad en la fe y conducta intachable.

Y siempre podrán contar con el corazón inmenso de Pablo, que en amor no se deja vencer por nadie.