019 - Las Cartas magistrales de Pablo (10:08)


019. Las Cartas magistrales de Pablo. Doctor para siempre

¿Es interesante la vida de Pablo?... ¡Cómo no, si es la vida de uno de los hombres más extraordinarios que conoce la Historia!

Sin embargo, la enorme influencia de Pablo en la Iglesia de todos los siglos no radica en lo que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles, sino en las cartas que escribió a las Iglesias mientras evangelizaba en las ciudades o se consumían sus huesos en la cárcel.

Corría el año 51 y hacía meses que Pablo había evangelizado Tesalónica.

Allí había dejado una comunidad cristiana ejemplar.

Pero, mientras trabajaba en Corinto, le llegaron a Pablo rumores preocupantes sobre los fieles de aquella tan querida Iglesia: que si persecuciones de los judíos, que si interpretaciones equivocadas de lo que Pablo les había enseñado, que si pequeñas disensiones…

Aquí estuvo todo, muy sencillo, pero fue el detonante de la gran idea paulina.

-¡No puedo ir yo ahora a Tesalónica, pero pede ir una carta!...

Esto se dijo Pablo, y puso manos a la obra.

Ni el mismo Pablo podía imaginar las cartas que iban a seguir después.

Es emocionante imaginarse a Pablo escribiendo dentro del taller de Áquila y Priscila en Corinto y Éfeso, cuando cesaba el correr de las agujas entre los tejidos.

Igual que hará años más tarde -a la luz de la lámpara mortecina de la casa de Roma- durante aquellos dos años de prisión. ¡A escribir!...

¿Y por qué escribía Pablo?

Escribió sus Cartas a las Iglesias particulares que había fundado para responder a situaciones concretas;

para animar a los vacilantes en la fe;

para corregir errores o arreglar conductas;

para exponer el Misterio de Cristo;

o para preparar su visita a cristiandades que quería conocer, cosa que hará especialmente con la gran carta a los de Roma.

Después de los Evangelios, son las joyas más ricas que contiene y nos ofrece la Biblia.

A pesar de que a veces resultan difíciles, como reconocía el mismo San Pedro:

-Miren cómo les escribió nuestro querido hermano Pablo con la sabiduría que le fue concedida. En todas sus cartas trata estos temas, si bien en ellas hay cosas difíciles de entender (2P 3,15-16)

Si el mismo Pedro reconocía esta dificultad, ¿qué no podemos decir nosotros?...

Es cierto: hay que estudiar algo las cartas de Pablo, pero, cuando se van entendiendo, resultan el alimento más nutritivo del alma.

Sabemos cuáles son las cartas de Pablo, pues oímos siempre en la Iglesia estos nombres:

-Carta a los Tesalonicenses, a los Corintios, a los Gálatas, a los Romanos, a los Filipenses, a los Efesios, a los Colosenses, a Timoteo, a Tito, a Filemón…

La de los Hebreos, también de origen paulino, es sin duda de algún discípulo suyo -quizá Bernabé o Apolo u otro-, pero no es propiamente de Pablo.

Pablo escribía al dictado, por medio de un amanuense, como dice varias veces:

"El saludo va de mi propia mano, Pablo", dice a los de Corinto.

"Vean con qué grandes letras les escribo, de mi propia mano", les añade a los de Galacia. .

"El saludo va de mi mano, Pablo. Esta es la firma en todas mis cartas; así escribo", termina escribiendo a los tesalonicenses..

La epístola de los Romanos termina con esta deliciosa nota:

"Os saludo en el Señor también yo, Tercio, que he escrito esta carta".

Hemos de pensar lo que le costó a Pablo el escribir semejantes cartas.

El día lo pasaba en el trabajo de tejedor para ganarse el pan de su vida.

En muchas circunstancias, la jornada entera la empleaba para evangelizar.

¿Qué le quedaba para escribir? Podía emplear a lo más dos o tres horas al anochecer robándoselas al sueño.

Un bien conocido y autorizado historiador de Jesucristo y de San Pablo, nos da detalles preciosos acerca de las cartas de Pablo (Ricciotti)

Datos curiosos y muy interesantes, que nos hacen apreciar el esfuerzo enorme que le supuso al Apóstol el dejarnos escritos tan inapreciables.

Utilizaba los famosos papiros de Egipto, lo hacía en griego, y se podían escribir por minuto tres sílabas, unas setenta y ocho palabras por hora.

A este paso, estudiado todo con cálculos muy probables y precisos, la primera carta a los Tesalonicenses, con 1.472 palabras, le tuvo que costar diez folios de papiro y veinte horas de escritura.

El billete a Filemón, que es como una carta de las nuestras, con 335 palabras, le supuso tres folios y más de cuatro horas de escritura.

Y la imponderable carta a los Romanos, con 7.101 palabras en el original griego, se le llevó unos cincuenta folios de papiro y noventa y ocho horas de dictado al amanuense.

Las Cartas o Epístolas de San Pablo enseñan y estimulan mucho.

Quien quiera aprender vida cristiana, encuentra en Pablo al Maestro consumado.

Especialmente, quien aspire a encenderse en amor a Jesucristo, que vaya a Pablo, el cual tiene acentos sublimes e inimitables:

- ¡Mi vivir es Cristo!…

- Vivo yo, pero ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí.

- Me glorío de no conocer más que a Jesucristo, y Jesucristo crucificado.

- Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por pura basura para ganar a Cristo.

- ¡Que nadie me moleste más! Porque yo llevo impresas en mi carne las llagas del Señor Jesús.

- Deseo la muerte para estar con el Señor, que es con mucho lo mejor.

- Saldremos arrebatados al encuentro del Señor…, y así estaremos siempre con el Señor.

- ¿Quién nos separará del amor a Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?… ¡No, nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro!…

A partir de este momento, dentro de la historia de Pablo iremos nosotros insertando el recuerdo de estas cartas, tal como las vaya escribiendo el Apóstol.

En esas cartas de fuego comprobamos aquello que de él decía San Juan Crisóstomo:

"El corazón de Pablo era el corazón de Cristo".

Y la verdad es que, al leerlas, también nuestro corazón se va pareciendo cada vez más al Corazón del Señor…