008 - El concilio de Jerusalen (10:29)


008. En el Concilio de Jerusalén. El triunfo de la libertad cristiana

¿Le esperaba mucha paz a Pablo después del primer viaje apostólico por las regiones interiores del Asia Menor? Ahora se las va a ver con otras dificultades muy serias.

La alegría en la iglesia de Antioquía era muy grande cuando todos vieron cómo Dios abría las puertas de la fe a los paganos, tal como contaban Pablo y Bernabé al regresar de su primera misión. Todos se decían con gozo:

-¡Hay que ver la cosecha enorme de creyentes que se avecina!...

Así se pensaba en Antioquía. Pero en la iglesia madre de Jerusalén, en la que habían abrazado la fe muchos sacerdotes del Templo y gran cantidad de fariseos, cundía el temor, y se decían:

-¿Qué hacen los antioquenos al abrir las puertas a tantos paganos sin obligarles a recibir la circuncisión ni observar la Ley de Moisés?... La salvación, es cierto, está en la fe del Señor Jesús; pero junto con la Ley de Dios dada a nuestros padres y al pueblo elegido.

Los que así pensaban no se detuvieron en ideas y palabras solamente, sino que enviaron emisarios a Antioquía para imponer su verdad:

-Si esos convertidos del paganismo no se circuncidan y no observan la Ley de Moisés, no se pueden salvar.

La Iglesia de Antioquía, muy preocupada, y con toda razón, determinó enviar a Jerusalén emisarios que consultaran el asunto con los Apóstoles.

El grupo expedicionario siguió la costa, y, al pasar por las comunidades cristianas de Fenicia y de Samaría, Pablo y Bernabé "narraban la conversión de los gentiles y causaban grande alegría a todos los hermanos" (Hch 15,1-35)

Llegados a Jerusalén, toda la Iglesia, con los ancianos y los apóstoles a la cabeza, los recibieron gozosos y escuchaban con pasmo a los dos grandes evangelizadores:

-¡No se imaginan ustedes cuántas cosas ha hecho Dios por nosotros! ¡Cuántos paganos han abrazado la fe del Señor Jesús!...

Pablo nos cuenta muchos más detalles (Ga 2,10)

Reconociendo la autoridad de Pedro, de Santiago y de Juan, "que eran considerados como columnas", les pregunta en privado con sinceridad:

-¿He actuado bien? ¿Estoy salvaguardando la verdad del Evangelio?...

Ellos, los tres, emocionados, le tendieron la mano. Era un gesto de los persas cuando aceptaban y daban una palabra, gesto que se apropiaron los judíos.

Ahora los apóstoles le dicen a Pablo:

-¡Sigue, sigue predicando a los gentiles como lo haces, mientras que nosotros nos dedicamos aquí a los judíos. Únicamente, acuérdate de los muchos pobres de aquí…

Y añade Pablo: "Esto de los pobres lo he procurado cumplir".

Cosa que nosotros veremos cuando realice la gran colecta que él mismo llevará años más adelante a Jerusalén.

Pero mientras Pablo y Bernabé entusiasmaban a todos, los judaizantes insistían:

"Es necesario circuncidar a esos paganos convertidos y mandarles que guarden la ley de Moisés".

No había manera… Y ante esto, se tomó la resolución:

-¡Una asamblea general, a ver qué nos dice el Espíritu Santo!...

Y así se hizo. Sin pensar en lo que serían los Concilios en la Iglesia, éste venía a ser, improvisado, el Concilio primero.

Se discutía larga y acaloradamente.

Pedro, aceptado por todos como suprema autoridad, habló decidido, y recordando el bautismo del centurión Cornelio, sentenció:

-Dios, por medio mío, dio testimonio a favor de los paganos comunicándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. ¿Por qué entonces se empeñan algunos en imponerles la Ley, un yugo que ni nosotros ni nuestros padres pudimos soportar? Nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que se salvan ellos, esos paganos.

Pablo y Bernabé reventaban de alegría en medio del silencio que se produjo ante tales palabras de Pedro. E, invitados a hablar, contaban las maravillas que Dios había realizado por ellos entre los gentiles.

El golpe final, la estocada última, vino de quien menos se podía esperar: de Santiago, el judío riguroso y encargado u obispo de la Iglesia en Jerusalén, respetado de todos los judíos por su estricta observancia de la Ley a pesar de la fe en Jesús. Sus palabras fueron decisivas, aunque dichas sin la impetuosidad de Pedro o la energía de Pablo:

-¡No se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios!

Y siguió el severo Santiago:

-Únicamente hay que aconsejarles, por respeto a los judíos que podrían ofenderse, que se abstengan de comer carnes sacrificadas por los paganos a sus ídolos, que no coman carne de animales estrangulados ni la sangre, y que eviten la fornicación. Convendría mandarles una carta aconsejándoles esto. De lo demás, ¡nada!...

¿A qué venían estas observaciones de Santiago? Eran normas prácticas prudentes.

Santiago pide atención a estas costumbres, aunque ya no obliguen para nada.

La cuestión quedaba zanjada para siempre. Triunfaba la libertad cristiana. Y esto, como anotaba claramente la carta sugerida por Santiago, lo expresaban con una frase que vale por todo un mundo: "Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros".

Hay que aprenderlo bien: ¡El Espíritu Santo y nosotros!...

Esta será la norma invariable de la Iglesia a lo largo de los siglos: los Pastores unidos en Pedro -hoy los Obispos en comunión con el Papa- tienen la última palabra, asistida por el mismo Espíritu Santo.

¡Hay que ver la seguridad que nos dan cuando nos enseñan!...

La asamblea escribió la carta recomendada por Santiago y fue llevada personalmente por dos delegados, Judas y Silas, a las iglesias formadas por los creyentes venidos del paganismo.

¿Cómo reaccionaron los destinatarios?

Nos lo comentan los Hechos:

-En Antioquía reunieron la asamblea y entregaron la carta. La leyeron y todos se alegraron por los grandes alientos que con ella habían recibido.

Pablo había triunfado en toda la línea. Pero los judaizantes no habían muerto. Y continuarán siendo ellos la gran tortura del Apóstol.

Esta página de los Hechos sobre el Concilio de Jerusalén es de una gran importancia.

¡Y lo que debemos a Pablo! Si no hubiera sido por él, por la energía indomable con que defendió "su evangelio", su doctrina sobre la fe en el Señor Jesús, ¡quién sabe las esclavitudes que estaríamos padeciendo en la Iglesia aún a estas horas! Que si sacrificios…, que si animales puros e impuros…, que si imágenes…, que si primogénitos de hombres y animales…, que si cuántos días de la mujer…, que si luna llena…, que si primicias…, que si mil cuentos más… "Lo que ni nosotros ni nuestros padres pudieron soportar", dijo Pedro en la asamblea.

¡Gracias, Pablo! ¡Cuánto bien nos hiciste!...